
Remolino de polvo que cruzó el cráter Gusev el 15 de marzo de 2005,
obtenido por el rover Spirit. +Info.
Situémonos: Marte. Comienza el verano.
Al igual que ocurre en la Tierra, las temperaturas comienzan a subir, aunque en este caso tendremos máximas de 20ºC y mínimas, por la noche, de unos -90ºC. Ideal para darse un bañito en la playa, salvo por la salvedad de que no tenemos agua donde tirarnos y que nuestra única compañía serán dos robots que andan recorriendo la superficie marciana desde hace ya casi 4 años: los rovers Spirit y Opportunity.
Pero de desierto sí que andamos sobrados, para poder tumbarnos donde haga falta. Eso sí, pronto comenzaremos a sentir la presencia de ciertos «turistas» (y no, no serán turistas de otros planetas, aunque esperad a que aparezca un Iker Jimenez por Marte… eso sí será el Apocalipsis).
Como cualquier giri playero que se precie sabe, la arena se calienta muy rápidamente, mucho más que el aire o el agua (algo que podemos comprobar al ir a la playa hacia el mediodía, cuando el agua todavía está fría pero la arena ya quema).
Si a esto añadimos una atmósfera mucho más tenue (hablamos de la de Marte), en donde las capas que están en contacto con la superficie se calientan lo suficiente como para ascender rápidamente mientras que las capas más altas descenderán por estar más frías hasta la superficie, lugar donde se calentarán y repetirán el proceso, obtenemos celdas de convección, idénticas a las que podemos ver en un cazo cuando el agua comienza a hervir.
Pero el vacío que se produce en la zona donde el aire caliente asciende trae una consecuencia: empuja al polvo de la superficie marciano hacia arriba también. Si además sopla cierto viento horizontal, se moverá por la superficie, obteniendo así un pequeño tornado.
Esto es lo que sucede al comienzo del verano marciano por una gran parte de la superficie ecuatorial del planeta: remolinos de polvo (o «demonio de polvo», según la traducción inglesa de «dust devil»), como el que tenemos en el vídeo de arriba.
Por suerte para los rovers, la baja densidad de Marte hace que éstos sean pequeños y aunque se mueven rápidamente, no tienen grandes consecuencias (salvo quizá que hacen morder el polvo, marciano).
Y con las imágenes que han ido tomando en estos tres años, se sabe que más que raros, es un fenómeno muy común en esta época, de forma que echando una mirada al paisaje, en pocos minutos se pueden ver un número relevante de ellos, los cuales pueden llegar a alcanzar alturas de hasta 10 km (sí, de la altura del Himalaya y más… son débiles pero larguiruchos) según lo que se ha visto por imágenes de satélite.
Antes de que se vieran por primera vez con los rovers (el primero que se pilló con la cámara fue casi una fiesta, después comenzaron a verse por puñados casi en cada vídeo así que el protagonismo comenzó a caer…) se sabía que algún fenómeno similar debía ocurrir, ya que en las imágenes por satélite que se obtenían (como la de la derecha) se observaban numerosos hilos negros que surcaban la superficie entrecruzándose. Pero por supuesto, hasta que no se vieron no se supo exactamente cómo eran.
Y éstos hilos en la superficie se deben a que al pasar el remolino por encima, levanta todo el polvo que hay en la superficie, dejando al descubierto las capas que quedan justo debajo, que, en este caso, son más oscuras que las expuestas al Sol. Así obtenemos los rastros de por dónde han pasado los remolinos…
Y ya para finalizar, un pequeña nota como curiosidad: uno de los rovers que deambulan por Marte se convirtió, en más que un simple espectador de lujo de estos objetos, ya que tuvo la suerte de que uno de ellos le pasara por encima. Ya hemos dicho que no tienen suficiente fuerza como para causar grandes daños, aunque cuando juntas un tornado de polvo con un panel solar… todo puede ocurrir (y en general saldría mal parado el panel solar con ese polvo arrastrándose sobre él). Pero, imprevisiblemente, la nave salió mejor parada: el panel, que ya comenzaba a generar energía justa debido a que se había recubierto bastante de polvo, se limpió al pasarle el tornado, por lo que comenzó a producir la misma energía que de nuevo, alargando aún más la vida útil del rover (eso sí que es una ayuda venida del cielo).
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