Aterriza como puedas II (crónica de un resucitamiento al 4º día)

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Momento de la resucitación. Una medida temporal que hubo que tomar para tener «algo» instalado.

Retornando lo que comencé hace unos días en esta primera entrada, toca hablar de la pequeña hecatombe, de cómo el pequeño Hawky (mi ordenador personal, un MacBook de los de aluminio) pasó por un periodo de coma durante varios días.
Para ponernos en contexto, actualmente Hawky tenía la última versión de Mac (Lion, 10.7.2) instalada desde la versión Golden Master (es decir, la última versión que sale del periodo de prueba, beta, antes de la versión definitiva, y que casi siempre suele ser la misma que ésta). Y por primera vez en una actualización del sistema, encontré algunos de los fallos que se comentan por los foros que presenta el león. Los dos que permanecían y que además eran importantes: no consigo sacar la pantalla por VGA (a una televisión) y el Wifi a veces tenía cortes esporádicos, lo cual la verdad sea dicha estaba por demostrar si eran debidos al ordenador o a la conexión del piso.

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Viendo luz más allá del rojo o del azul

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Imagen de Cibermitaños (cebras vistas en infrarrojo).

Desde el siglo pasado se conoce que la luz no se limita únicamente al rango que ven nuestros ojos (que llamaremos visible), sino que hay luz más allá del rojo o del azul, los dos extremos de los colores que detectan nuestros ojos, y que se pueden contemplar en los arco iris, por ejemplo.

Así, más allá del rojo nos encontramos con el infrarrojo, como su propio nombre indica (y que se suele dividir en dos «colores»: infrarrojo cercano y lejano, según si es la región más cercana al rojo o la más lejana). Y si seguimos un poco más, llagamos a la región de microondas, a la que siguen, hasta perderse, la de radio (u ondas de radio).

Mientras que por el otro extremo, más allá del azul tenemos el ultravioleta, al que siguen los rayos X, y más allá todavía, los rayos gamma.
Aunque queda claro que estos límites realmente no existen, sino que han sido definidos arbitrariamente (por conveniencia de las aplicaciones o usos que hacemos de esta luz), ya que no hay nada que distinga dónde acaba uno y empieza otro (es todo un continuo, al que llamamos como espectro electromagnético), de igual modo que ni en la región visible podemos establecer dónde acaba un color y comienza el siguiente.

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Aterriza como puedas

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Tras un largo letargo, volveremos poco a poco a la actividad, después de bastantes cambios, entre los que se encuentran el hecho de haber dejado Santander para asentarme en Barcelona, dejando el campo del estudio de los AGNs en rayos X para comenzar mi phD en binarias de rayos gammas, vistas a través de longitudes de radio (las cuales darán lugar a algún que otro post en un futuro).
Aunque de momento las entradas divulgativas seguirán esperando un tiempo. Esta vez toca hablar sobre uno de esos problemas que vayas donde vayas siempre terminan apareciendo (y por aquí no podía ser diferente… aunque todo fue bien hasta estos días): los problemas informáticos.

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Lejanía relativa

Voyager 2

La sonda Voyager 1 es actualmente, y seguirá siendo así por mucho, mucho tiempo, el aparato que más se ha alejado de la Tierra. Fue lanzado hace ya 34 años, y ahora mismo se encuentra ya en la frontera donde se puede considerar que termina el Sistema Solar, donde el viento del Sol se ve frenado y choca con el viento de otras estrellas o del gas que hay en la galaxia. Es decir, a una distancia de unos 17.6 mil millones de kilómetros (unas 118 veces la distancia Tierra-Sol).
Para llegar hasta ahí, la sonda viaja a una velocidad de unos 17 km/s (unos 61.000 km/h, mucho mayor que la de cualquier R5 Turbo), una de las sondas más rápidas que hemos lanzado.

A pesar de esa lejanía, todavía se encuentra en medio de ninguna parte, encontrándose extremadamente lejana de cualquier cuerpo cercano al Sistema Solar, ya que todavía no ha recorrido ni la mitad de la milésima parte de la distancia que nos separa de la estrella más cercana al Sol, Próxima Centauri, a la cual a esa velocidad podría llegar dentro de… 73.600 años.
Pero la vista hacia atrás tampoco deja mucho ya, ya que el Sol desde ahí brilla casi un millón de veces menos de cómo lo vemos desde la Tierra. Lejano y tenue. En medio de ninguna parte.

Sin embargo, toda esta distancia que nuestra sonda ha recorrido en estos 34 años únicamente le lleva a la luz 16 horas 14 minutos y 18 segundos, una cifra increíblemente pequeña en comparación. Claro, que ella se mueve a 300.000 km/s, en lugar de a 17.

Dato visto por Microsiervos.

Del principio al final, por un observador anónimo

Inmersos en una total oscuridad, alrededor nuestro únicamente vemos una espuma caótica que rápidamente va cambiando, como las olas de un mar embravecido. Realmente no sentimos ni calor ni frío, únicamente una absoluta soledad, únicamente acompañada de la incógnita de cómo hemos podido llegar hasta ahí, pues no recordamos nada de nuestro pasado.

Al cabo de un cierto tiempo una de las olas de dicha espuma emerge alrededor nuestro, elevándose y deteniéndose en el tiempo. Inicialmente no notamos nada nuevo, aunque pronto esto cambia de una forma drástica. De repente todo a nuestro alrededor parece uniformizarse y alejarse rápidamente, a una velocidad endiablada. Así, en un instante ese mar ha pasado a sentirse como una inmensa planicie, en donde no observamos la más mínima imperfección. Pero este fenómeno a traído consigo otra consecuencia: hemos empezado a notar calor; al principio bastante débil, pero la temperatura se ha ido incrementando rápidamente hasta hacerse insoportable, lo cual únicamente se hacía llevadero debido a que simultáneamente hemos dejado de estar solos. Han empezado a aparecer otras criaturas. Pero éstas eran demasiado pasajeras: se iban a la misma velocidad con la que habían venido. Aunque cada vez que se iban, aparecía un número mayor de visitantes, éstos distintos a los anteriores, en general más… livianos.

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Un día y un año en Neptuno

Parece que ya ha pasado toda una vida desde que en el siglo XIX los astrónomos y matemáticos Adams y Le Verrier (de forma independientemente) calcularon teóricamente que en el Sistema Solar existía un planeta adicional que todavía no había sido observado y que daría cuenta de las anomalías (rarezas) que presentaba la órbita de Urano.
Esta predicción hizo que se apuntaran los telescopios a la posición donde se predecía dónde debía estar dicho planeta, descubriéndose por Galle en 1846 (es decir, hace 165 años) y recibiendo el nombre de Neptuno.

De esto ya hace mucho, y es por eso que Neptuno es ya un viejo conocido. Aunque pese a ello, esta semana ha habido dos novedades respecto a este azulado planeta, aunque muy diferente a la Tierra.

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Caballos, coces, muertes y leyes de la probabilidad

Un gran número de fenómenos que podemos observar en la Naturaleza obedecen leyes probabilísticas, de tal forma que aunque el valor que vamos a obtener no es fijo, sí tenemos una idea de con qué probabilidad podemos obtener uno concreto.

Esto es habitual cuando tiramos un dado: cualquiera de sus caras tendrá una probabilidad de 1/6 de salir en una tirada, siempre que no juguemos con un dado trucado desde luego. Por lo que en este caso, todos los posibles resultados son igualmente probables.

Sin embargo hay otros sistemas, en los que los resultados no son igualmente probables, si no que hay valores más probables que otros, siguiendo distribuciones comunes.

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A la Naturaleza le gusta las cosas raras ¿o será a nosotros?

A pesar de su desconcertante formulación y de la extraña versión que proporciona de la realidad, la mecánica cuántica nunca ha fallado en una prueba experimental. Es extraordinariamente fiable aunque no transparentemente comprensible. Probablemente sea cierto que «nadie entiende la Mecánica Cuántica», aunque es igualmente cierto que de alguna maravillosa manera la Mecánica Cuántica entiende al Universo.

Eugene Hecht.

Y es que a veces parece que a los físicos cada día les gusta más hacer teorías extravagantes. Todo era bastante aceptable cuando únicamente se tenían las Leyes de Newton, que decían cosas sobre que si se le da una patada a una pelota ésta se acelera, y que si esa pelota es menos pesada, se acelerará más. También decían cosas algo menos evidentes, como que si hago una fuerza, el objeto sobre la que lo hago hace una fuerza igual y contraria a la mía. Lo que describe el resultado de que al dar un puñetazo contra la pared (dejadlo únicamente para cabreos espontáneos fuertes), mi mano sufre un golpe semejante al que doy a la pared, por lo que acabará bastante perjudicada. O también que todos los objetos caen (hacia abajo) con igual aceleración, debido a la gravedad de la Tierra.

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Tirar demasiado de la cuerda

Es para mí un gran alivio saber que por fin el universo tiene explicación; empezaba a pensar que era yo. Pero resulta que la física, como un familiar irritante, tiene todas las respuestas.

El Big Bang, los agujeros negros y el caldo primordial aparecen todos los martes en la sección de ciencias del Times, y gracias a eso mi comprensión de la teoría de la Relatividad General y de la Mecánica cuántica están ahora a la altura de la de Einstein, o sea, de Einstein Moomjy, el vendedor de alfombras. ¿Cómo he podido vivir hasta ahora ignorando que en el universo hay cosas pequeñas del tamaño de la ”longitud de Planck”, que miden una millonésima de una milmillonésima de una milmillonésima de una milmillonésima de centímetro? Si a ustedes se les cae una en un teatro a oscuras, imaginen lo difícil que sería encontrarla. ¿Y cómo actúa la gravedad? Y si de pronto dejara de actuar, ¿seguirían ciertos restaurantes exigiendo chaqueta? Lo que sí sé de física es que, para un hombre situado en una orilla, el tiempo pasa más deprisa que para un hombre que se halla en un barco, sobre todo si el hombre del barco va acompañado de su esposa. El último milagro de la física es la Teoría de Cuerdas, que ha sido anunciada como una TDT, una ”Teoría de Todo”. Ésta puede explicar incluso el incidente de la semana pasada que aquí describo.

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La pequeña superluna

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Imagen Astronómica del Día… del día 26 de septiembre de 2007 para ser exactos.

Estos días hemos visto en diferentes medios la noticia (que por otra parte se repite cada cierto tiempo) de que en la noche de ayer teníamos una SuperLuna (quizá al estilo Superman, pero sin capa y bastante más regordeta).
Esto venía al hecho de que la Luna pasaba por su perigeo, es decir por el punto de su órbita más cercano a la Tierra, lo cual ocurre cada 27.3 días (luego no es un fenómeno tan raro), y que en esta ocasión coincidía con una Luna en fase llena (toda la superficie que vemos de ella está iluminada), por lo que con estos dos factores tenemos una Luna más grande de lo normal.

Ahora, el interés del asunto es en ver si ese «más grande» es mucho, poco, se notará algo o si al mirarla nos quedaremos con la misma sensación que siempre.
Así que la pregunta que nos podemos hacer es ¿cómo de SuperLuna fue la Luna de anoche?. Es digna de competir con Superman o más bien se quedó en un proyecto de Chapulín Colorado (la foto lo dice todo).

Por ello, hace falta mirar algunos números.
En la mayor parte de las noticias teníamos que la Luna va a estar a unos 356.577 km de distancia. Y dado que su órbita describe una elipse alrededor de la Tierra, podemos considerar que de media la Luna se encuentra a una distancia de unos 384.000 km (datos de la Wikipedia). Es decir, a veces más cerca, a veces más lejos que dicha cantidad.
Esto significa que respecto a la media anoche se encontraba un 7% más cercana.

Esto se traduce en que en promedio vemos la Luna con un tamaño aparente de medio grado (0.518º para ser algo más exactos). Mientras que ayer la veíamos con un tamaño de 0.558º (ese mismo 7%, ya que eso es proporcional).

Ahora bien, ya solo nos queda comprobar una cosa: ¿qué resolución tiene nuestro ojo?, porque éste tiene un límite en los detalles que podemos ver de un objeto, ya que de otra forma, no tendríamos problemas en ver los pedruscos de la superficie lunar o las intimidades de la vecina de la urbanización de enfrente, por ejemplo.
Y más o menos, esta resolución ronda los 0.6 minutos de arco, es decir 0.01 grados, que supongo que sea para los que aún tienen vista de lince (que por otra parte, curioso refrán, por qué no de águila, que sí que tienen una vista digna de ser envidiada… pero bueno), los que aún distinguen las letras pequeñas del oculista.

¿Con esto qué tenemos?, pues que el cambio de tamaño en la Luna es de unos 0.04º, mientras que el límite de resolución del ojo nuestro es de 0.01º. Por tanto, la superluna que hemos podido ver ayer es únicamente ligeramente mayor que la promedio, siendo este ligeramente bastante próximo al límite que puede resolver nuestro ojo…

Lo que nos lleva a que únicamente habremos notado diferencia si nos pusieran juntas la Luna «promedio» y la «superluna», y aún conservásemos una visión buena y nos fijásemos lo suficiente entre las dos.
Fuera de eso, habrá afectado mucho más la sugestión de nuestro cerebro, la misma que hace que siempre nos parezca más grande la Luna cerca del horizonte que cuando está sobre nuestras cabezas, aunque su tamaño sea el mismo.

ACTUALIZACIÓN: una buena imagen comparativa se puede encontrar en El Beso de la Luna.

Un día cualquiera

Es un día cualquiera en el intervalo cerrado y acotado delimitado por el primer y el último día de clase del segundo cuatrimestre. El despertador suena con periodo constante, pero un campo atractivo que parece infinito me mantiene con una normal mayor que cero bajo las sábanas. Sin duda pesaba sobre mí los efectos del día n − 1.

Cada vez me parecía menos congruente salir con mis semejantes en busca de la aplicación biyectiva que me hiciera corresponder un elemento en el espacio vectorial dual. Pese a que invertía en ello considerables esfuerzos, el trabajo resultante siempre era nulo, o simplemente únicamente existía transferencias de calor con isótopos rápidamente inestables. Debe ser que pertenezco al núcleo de f sin saberlo… Pero aún no había sido capaz de demostrarlo. ¡Para todo x perteneciente al resto del mundo es tan fácil hallar su f(x) correspondiente…! Todos parecen contentarse con aproximarse a la tangente de dos theta, tender asintóticamente al seno. Sin embargo, mis desarrollos casi nunca superaban el primer grado, yo siempre era reducido a un infinitésimo tan rápido como un uno partido de n!.

Por fin, y con un gran impulso, conseguí abandonar la cama en el instante t. Es el principio de una mañana de utilidad marginal infinitesimal, pero si no me levantaba ese infinitésimo tendería a un orden todavía mayor, así que decidí prepararme un épsilon de café y afrontar la sucesión de problemas que la jornada me deparaba.
Mi renta disponible amenazaba con abandonar el cuerpo de los números reales, adentrándose en el terreno imaginario. Mi voluntad de ponerme a estudiar parecía no estar definida en este tramo de t, cualquier otro punto de energía potencial era prácticamente inalcanzable a menos que una fuerza externa me sacase de este indeseable equilibrio.

Todo esto implicaba que las cosas no marchaban bien, demostré sin esfuerzo (por reducción al absurdo) que para todo intento de hacer algo de provecho existiría algún agente externo que lo impidiera. Un exceso de variables exógenas nublaron mi hipótesis inicial.
Miré por la ventana… Sin duda había un mundo caótico ahí afuera, carente de toda linealidad. Si me resulta tan complicado a mí, cuánto más no le resultará a toda persona distinta de mí, que ignore las matemáticas y la física que rigen la naturaleza”. Existirá un n0 a partir del cual todo día será mejor.
FIN

PD. Texto redescubierto (con ligeros cambios) entre los unos y ceros de mi disco duro. Desconozco el autor original (y no lo he encontrado rastreando un poco en The Little Devil, alias Google).
Un buen texto para todo el que haya hecho un curso de primero de física al menos…

El efecto botijo

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Si hay algo que caracteriza a España y los españoles es de su incultura científica a lo largo de la historia. Algo que no se ha corregido ni tiene pinta de que mejore en las próximas décadas.
Sin embargo, afortunadamente podemos hablar de algunos objetos de «alta tecnología» que fueron concebidos por estos lares o al menos típicos de aquí (ya que seguro que cada poco tiempo sale alguien diciendo que se inventó en un país X…). Estos objetos revolucionarios fueron la fregona y el botijo.

El primero porque el poner un palo al clásico trapo en el suelo ahorró grandes dolores de riñones a todo el mundo que limpiase su suelo, y el segundo por conservar agua fresquita a pesar de encontrarse en los campos andaluces a 40ºC a la sombra.

Hoy centrémonos en este último, ¿por qué un envase de barro conserva el agua fresca, sin calentarse aunque esté al Sol?.

El funcionamiento es bastante simple: el botijo está hecho de barro, pero es en cierto grado poroso (lo suficiente para que pueda salir el agua que se evapora de él pero que no salga el agua, desde luego). Así, el agua que está dentro del botijo se va evaporando poco a poco, debido a que estará en un sitio cálido.
Pero como para evaporarse las moléculas necesitan «coger» cierta energía, hacen que el agua restante se enfríe un poco. Y aquí es donde tenemos la gran diferencia entre un botijo y una botella.

En una botella cada vez se va evaporando más agua, hasta que llega un momento en que no se puede evaporar más (en un espacio cerrado no se puede evaporar todo el agua que se quiera, hay un momento en que se satura), y únicamente tendremos vapor de agua más agua líquida, a lo que únicamente le queda ir calentándose paulatinamente poco a poco… no se puede enfriar más por evaporación. Así, al cabo de un tiempo tenemos un agua calentorra que no hay quien la beba.

En cambio, en el botijo el agua evaporada se va liberando al aire (escapa del botijo), por lo que se puede seguir evaporando el agua que resta. Y por tanto, ésta continuará enfriándose.

Es decir, al cabo del tiempo seguiremos manteniendo un agua bastante fresca, ideal para bebérnosla.

Desayunando sin gravedad

Estamos acostumbrados a movernos en el día a día siempre bajo la acción de la gravedad, por lo que vemos como obvio que una manzana caiga al suelo si la soltamos en el aire, que al inclinar la jarra caiga agua en el vaso, etc.

Pero… ¿qué ocurriría si no tuviéramos la gravedad de la Tierra?. Los objetos no caerían al suelo, los líquidos no se comportarían de igual forma al «echarlos» a un recipiente y la llama de una cerilla no la veríamos como sube… por poner un ejemplo.

Una situación típica que nos podríamos encontrar a la hora de desayunar mientras estuviésemos a bordo de la Estación Espacial Internacional (ISS) u otra nave orbitando la Tierra, donde tenemos una situación de ingravidez donde parece que no existe gravedad, es la relatada por Yakov Perelman en 1914, en lo que fue uno de sus primeros trabajos de ciencia ficción, donde cuenta con gran precisión cómo podría ser un desayuno rutinario a bordo de una de estas naves (que todavía no existían).

Si os ha entrado la curiosidad de qué cosas fuera de lo común nos encontraríamos durante el desayuno, tenéis el fragmento de Perelman en el blog de Libro de Notas.

Cambiando la Luna por…

Siempre tenemos la bella imagen de la Luna alumbrando las noches solitarias… a veces pareciéndonos tan grande y otras tan pequeña y tan lejana.

Pero, ¿qué pasaría si reemplazásemos a la Luna por un planeta?.

Ignorando los efectos gravitatorios que ocurrirían, en los que al ser mucho mayores estos planetas que la Luna, atraerían con una fuerza mucho mayor a la Tierra, produciendo para empezar unas mareas mucho mayores.
E incluso, para el caso en que sustituiríamos la Tierra por un planeta gigante, como Júpiter o Neptuno, pasaríamos a ser nosotros el «satélite» que orbita al planeta, en lugar de al revés, puesto que la Tierra es mucho más pequeña que éstos y estaría dominada por su mayor gravedad.

Sin embargo, quedémonos esta vez únicamente con la imagen de cómo veríamos en el cielo a estos nuevos vecinos si estuvieran a la misma distancia que la Luna…

Vídeo subido por Brad Goodspeed.

  • Visto en Astropixie